La nacionalidad, la tierra donde nacemos, nuestro pueblo, no deja de ser un hecho totalmente circunstancial en nuestra vida. Si lo pensamos, somos de un determinado lugar porque el azar hizo que naciésemos allí, o porque nuestros padres así lo decidieron. Además, legalmente se puede dar el caso de que ese lugar donde respiramos por primera vez no sea el que nuestra documentación reconoce como el de nuestro nacimiento.
En mi caso, aunque nací en la capital malagueña, a pocos metros de la Catedral, siempre me he sentido del lugar donde descansan mis libros, es decir, donde por alguna circunstancia he estado el suficiente tiempo como para establecer vínculos con lugares y personas, que han pasado a formar parte inseparable de mi vida. Me considero un niño malagueño que se hizo adolescente en Alhaurín. Un adolescente Alhaurino que se hizo joven en Granada y un joven granadino que está haciéndose mayor en Alhaurín.
La condición de ciudadano de un lugar no depende de lo que un documento refleje, ni de los grados de antigüedad o antepasados que puedas acreditar en un determinado lugar, sino de los lazos y el grado de compromiso que establezcas con esa tierra.
Cuando llegamos en los años 80 los primeros vecinos a las urbanizaciones de AlhaurÍn, algunos de los que ya estaban no supieron aceptar completamente la nueva situación del entonces pequeño municipio. Reconozco que no era fácil, Alhaurín paso de ser un pueblo limitado al casco urbano, y las barriadas, por cierto algunas de ellas creadas por colonos décadas atrás, a convertirse en ciudad dormitorio de miles de malagueños que al principio no llegaron a integrarse en la comunidad urbana, y se limitaban a desplazarse diariamente a la capital o a otros municipios de la costa prácticamente sin hacer vida con los lugareños. La evolución en los años sucesivos fue, tal vez, demasiado precipitada y en breve espacio de tiempo se duplicaron varias veces el número de habitantes, las urbanizaciones, los vehículos, los ingresos a las arcas municipales, pero también los problemas derivados de un crecimiento insuficientemente planificado. Aun así, en poco tiempo las relaciones humanas con la mayoría de los Alhaurinos que ya estaban, y los que estaban incorporándose se fueron estableciendo de forma cordial y constructiva. Muchos de los jóvenes que nos hicimos alhaurinos a los 13 o 14 años nos relacionamos, nos enamoramos y nos emparejamos con otros alhaurinos y alhaurinas de nacimiento y hoy en día, cosas del querer, tenemos hijos también alhaurinos. Hoy Alhaurín de la Torre ya no es el pueblo de los años 70, ni la ciudad dormitorio de los 80 y 90, es una gran ciudad de casi 40.000 habitantes, Alhaurinos sin más calificativos, nativos, extranjeros o visitantes, pero todos ciudadanos que intentan vivir en sociedad de la forma más organizada posible. Pero ser ciudadano no es una condición intrínseca de las personas. Es sobre todo, una actitud un derecho y una obligación. Ser ciudadano supone asumir y desarrollar un conjunto de derechos y deberes para conseguir una convivencia libre, humana y solidaria.
Las leyes nos reconocen el derecho de ejercer esa ciudadanía a través de la participación en los asuntos públicos, eligiendo a nuestros representantes por ejemplo, pero también participando activamente en la convivencia social, a través de asociaciones, colectivos, organizaciones de todo tipo, o con iniciativas personales. Ser ciudadano activo supone tomar la decisión personal de cómo ejercer nuestra ciudadanía, pues de ello se deriva ser o no protagonista del desarrollo de la vida de nuestro pueblo y no sólo opinar cada cuatro años. Sentirse ciudadano es tener la convicción de que la participación es importante, cada opinión necesaria y cada acción imprescindible. Ejercer la ciudadanía no es fácil; participar en los asuntos públicos requiere, entre otras cosas, salir de la comodidad, asumir ser protagonista del desarrollo de la sociedad, formarse y cultivar una actitud solidaria, responsable, generosa, social.
Ejercer la ciudadanía exige agruparse. Si compartimos objetivos con otras personas es más fácil mantenerse en el compromiso. Esto requiere esfuerzo, sin duda, pero es la única forma de construir una democracia participativa. Para ejercer la ciudadanía no solo es necesario que existan cauces formales a través de los cuales se haga llegar la opinión pública a los gobernantes, consejos sociales, sectoriales y ciudadanos, asociaciones de vecinos, foros, observatorios… sino que además deben ser útiles y efectivos, y para ello no deben estar compuestos como la mayoría de los pocos que existen, de forma no paritaria, es decir , con mas componentes de la administración que de los ciudadanos, y sobre todo sus decisiones deberían ser vinculantes.
Construir una democracia participativa es tarea compleja y muy importante. Y nuestro principal enemigo somos nosotros mismos, la desconfianza en el sistema, el desencanto con las formulas políticas habituales hacen que actuemos con desinterés o desgana a la hora de expresarnos y ejercer nuestro derecho a la participación. Y probablemente ese sea el principal aliado de los que desde los cargos públicos tanto hablan de fomentar la participación ciudadana y tan poco hacen por propiciarla.
Tal vez en muchos casos, quizás también en nuestro pueblo, el papel de esos colectivos y asociaciones esté excesivamente condicionado a la dependencia económica de las ayudas y subvenciones de la propia Administración, al haberse transformado muchas de ellas en “prestadoras de servicios” y depender casi exclusivamente del apoyo económico de los Ayuntamiento para sobrevivir.
Tal vez las administraciones locales contengan el funcionamiento de los órganos de participación ciudadana limitando su carácter reivindicativo a través de la concesión de estas ayudas, en un ejercicio de control y castigo a los colectivos que no comparten el punto de vista del gobernante de turno.
Posiblemente hemos olvidado que son los poderes públicos los que tienen que dar respuesta a las necesidades ciudadanas, y que los políticos son elegidos por los ciudadanos para gestionar sus recursos y para responder a sus necesidades.
Quizás hay que recordar que la democracia es el gobierno de los ciudadanos. Que los que tiene el poder son los ELECTORES, no los elegidos.
Devolver el protagonismo a los ciudadanos, alhaurinos con padres o hijos alhaurinos, viviendo en armonía es la tarea que algunos nos hemos impuesto. No va a ser fácil. Tampoco imposible.
Enero de 2mil10.
Juan Manuel Mancebo Fuertes, de Alhaurín de la Torre.
jmanceb@gmail.com
www.bobastro2.blogspot.com
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