Yeslem pasó un par de veranos en casa de mis suegros, hasta que alcanzó la edad en la que no le permiten salir del Sahara. Es uno de esos niños que viene cada verano desde el Aaiún a pasar unos meses con familias de nuestro pueblo. Recuerdo muchas anécdotas de él, sobre todo, lo que le sorprendía cosas para nosotros cotidianas. Supongo que entre todos le ayudamos en algo, no sé. Pero lo que sí quiero creer es que nos enseñó algunas cosas. Yeslem rezaba en privado procurando no ser descubierto, nos hablaba de sus obligaciones como musulmán y de cómo viven la religión en su tierra. Una tarde, viendo la televisión, salieron unas imágenes de la Semana Santa con los típicos nazarenos de cara cubierta, tronos y mantillas, Yeslem preguntó con la inocencia de un niño por el significado de lo que estaba viendo, cuando alguien le intentó explicar en forma de cuento que se trataba de una procesión por la muerte de Jesucristo. Yeslem preguntó por qué, si se trataba de algo triste, la gente de alrededor estaba riendo, comiendo pipas y hablando sin ningún respeto. “Una costumbre vuestra muy rara”, concluyó.
Y tiene razón el pequeño moreno esté donde esté en estos momentos. Una tierra muy peculiar la nuestra.
Vivimos en un país laico por constitución aunque católico por costumbre, cada vez somos menos los que marcamos con una cruz la casilla del IRPF que destina un 0,5% a la Iglesia, (que por cierto, aunque divorciada de su marido el Estado sigue cobrándole la pensión alimenticia que en el fondo pagamos todos), cada vez hay menos bodas religiosas y las iglesias están mas vacías. Pero llega la Semana Santa y de pronto nos convertimos en fanáticos seguidores de unos ritos y costumbres propios de la Edad Media. Hay para todos los gustos: nazarenos encapuchados, penitentes descalzos, autoflagelaciones, y unas señoras vestidas con traje negro, zapatos de tacón, medias y peineta. Tronos con magníficas esculturas barrocas adornadas con oro y mantos carísimos, acompañadas por solemnes bandas militares con sus soldados armados hasta los dientes.
Curiosa costumbre esta de acotar la religiosidad a tres o cuatro días, que se aprovechan para enseñar las joyas y los mejores trajes de nuestro armario. Curiosa costumbre la de pasear al que dicen murió desnudo y pobre, adornado con bordados de oro. Curiosa esta Semana Santa que para muchos es casi la única expresión de “cultura” que practican, reclamo turístico para otros y negocio para no pocos.
Y la iglesia católica, tan ocupada en perseguir a las profesoras de religión casadas por lo civil, como en ocultar los hijos que sus curas van dejando por ahí, encantada con esta Semana Santa, aprovechándose de su espectacularidad y expresividad y explotando nuestro particular gusto por la muerte y el dolor convertido en espectáculo, (otro día hablaremos de las corridas de toros).
En las escuelas de Arte Dramático se estudia la liturgia como antecesora de la Dramaturgia. La Semana Santa era una manifestación pública fraguada a mediados del siglo XVI como una continuación de la liturgia de los días santos, las procesiones de penitencia se encargaban de escenificar visualmente los contenidos evangélicos de la liturgia en el exterior de las iglesias. Hoy es lo más parecido a la idolatría, y eso, corríjanme ustedes, no estaba muy bien visto en las sagradas escrituras.
Me consta que las cofradías y muchos católicos por cuenta propia realizan una excelente labor social y humanitaria el resto del año, pero cuando uno se apropia de símbolos y los saca a pasear, los expone y se expone a sí mismo a ser criticado y cuestionado.
Espero que esto no suene a blasfemia gratuita, sino a crítica social y, ante todo, mi respeto a los que creen en esta u otras religiones, sean cuales sean sus ritos y expresiones. Espero que todos los que acuden a nuestra Semana Santa respeten de igual manera las imágenes de otros creyentes que visten ocultando su rostro o rezan en dirección a la Meca. No somos tan distintos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario